21 de enero de 2017
Por ÉRIKA RUIZ SANDOVAL/AGENCIA REFORMA, Periodico El Vigia|18 de Enero
Volveremos a un mundo de intereses crudos, caracterizado por esferas de influencia y geopolítica pura y dura. Vamos de un esquema globalista y liberal, a uno muy parecido al que describe Tucídides: “los poderosos hacen lo que pueden, mientras que los débiles sufren lo que deben”

"No es el más fuerte de la especie el que sobrevive ni tampoco el más inteligente, sino el que más se adapta al cambio” Charles Darwin

El 20 de enero inicia la Presidencia de Donald Trump en Estados Unidos y también se inaugurará, con pompa y circunstancia, una nueva era en el sistema internacional. Ese día se pone punto final a la Pax Americana, el lapso entre el triunfo estadounidense en la Segunda Guerra Mundial y la toma de posesión de su 45 Presidente. Ese período se caracterizó por la hegemonía del Estados Unidos-superpotencia que contribuyó directamente a la construcción y posterior mantenimiento de la arquitectura institucional y que se caracterizó por erigirse, desde su autodiagnosticado excepcionalismo, como el principal promotor de los valores liberales en el mundo.

Esos 70 años se caracterizaron por una prosperidad sin precedente, basada, por un lado, en un régimen de libre mercado y, por otro, en la seguridad colectiva y en la seguridad compartida entre Estados Unidos y sus principales aliados en Europa (mediante la OTAN), en Asia (por medio de alianzas militares con países como Japón) y en el Medio Oriente (Arabia Saudita es el caso paradigmático, sin descontar a Israel).

La llegada de Trump al poder en el país más poderoso del mundo es un síntoma del agotamiento del modelo que había prevalecido hasta ahora. El cambio venía gestándose desde hace tiempo y, por esa razón, no es imputable a Trump; el viraje hubiera ocurrido también si Clinton hubiera ganado la elección, porque es una transformación profunda, de largo alcance, que tiene que ver con fenómenos que van más allá de la política interna estadounidense.

Es un cambio estructural en el modelo predominante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el cual vivió su auge tras el fin de la Guerra Fría, cuando parecía que habían ganado un modelo político y un modelo económico. El cambio estructural deriva principalmente del sentimiento que domina al votante promedio en el mundo occidental.

Hemos llegado a la era del "votante indignado”. Sean seguidores de Trump, defensores del Brexit o votantes potenciales de Le Pen, los votantes indignados tienen algo en común: creen que la globalización los ha dejado atrás y los ha arruinado. Para ellos, la globalización ha creado un montón de ganadores y otro montón de perdedores, y ellos se sienten parte del segundo grupo. Su idea fundamental es "recuperar el control”.

AUTOMATIZACIÓN ES EL ENEMIGO

Por ejemplo, algunos de los votantes de Trump culpan al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan) por el hecho de que los empleos en su industria, la textil, se han ido de Tennessee a México. Pocos piensan que esa supuesta pérdida de empleos es menos imputable a la deslocalización de puestos de trabajo o a la inmigración y que se debe a la automatización en los procesos de producción.

En resumen: el enemigo a vencer es un robot y no un inmigrante o el país vecino y, sin embargo, en la era posfactual, la realidad importa poco. Al final, estos votantes quieren derribar "el sistema”.

La furia del votante indignado se dirige principalmente en contra de las élites, sean éstas políticas o económicas, en contra de los partidos políticos tradicionales, en contra de los medios tradicionales, en contra del libre comercio y, desde luego, en contra de la inmigración. Son personas que añoran las fronteras "duras” y el proteccionismo. No es un fenómeno nuevo; sin embargo, alcanzó su punto más álgido en 2016, alimentado por las crisis financiera y del euro, la desestabilización de Medio Oriente y los flujos de refugiados que ésta ha generado, además del ascenso de China y la desindustrialización.El fenómeno del votante indignado no se entendería sin internet y las redes sociales, en donde su ira tiene un foro para campar a sus anchas. A pesar de que aparentemente están hipercomunicados, y podrían estudiarse sus comportamientos, los votantes se han vuelto impredecibles. Hemos aprendido a punta de decepciones lo que pasa con las encuestas y las predicciones electorales. Esto es porque muchos votantes se están alejando de los centros tradicionales del poder político, seducidos por movimientos populistas.El votante indignado no es ni de derecha ni de izquierda, sino que se decanta hacia sentimientos más básicos, como la xenofobia o el nacionalismo burdo, en cuyos discursos fáciles y simplones encuentran razones para revalorarse. Además, favorecen a candidatos que emplean como recursos símbolos poderosos como los muros o el cierre de fronteras, un discurso duro y amenazante frente al exterior o las minorías, y que prometen cambiarlo todo en un pispás.Esta tendencia, de por sí preocupante, lo es más cuando tiene auge en Estados Unidos, ya que tiene implicaciones fundamentales para el sistema internacional en su conjunto, dado el peso que tiene este país en el escenario global.

Por eso, el triunfo de Trump es la comprobación de que la transformación es irreversible y estamos a punto de entrar a un mundo nuevo repentinamente. El triunfo del próximo inquilino de la Casa Blanca resulta inspirador para movimientos del mismo corte, como los del UKIP en Reino Unido, el Front National en Francia, el de Alternativa por Alemania o el fenómeno Wilders en Países Bajos. 2017 será también un año trepidante para la democracia occidental.

¿QUÉ HARÁ TRUMP?

¿Qué hará Trump una vez que asuma el poder? En lo interno, buscará impulsar políticas que al menos aparenten generar empleo e inversión dentro de su país y que parezcan proteger a una clase media-baja -progresivamente empobrecida- de las supuestas amenazas que la acechan.

En lo externo, esto implica dejar de ser el "policía mundial” para concentrarse en la defensa a ultranza de sus intereses, en donde sea que éstos se vean amenazados. Es importante entender que esto no implica, de modo alguno, una retirada de Estados Unidos del escenario internacional. Por el contrario, significa que ese país participará más, pero buscando menos el bien general y más el propio, a partir de la defensa de sus intereses puros y duros. Esto significa un Estados Unidos unilateralista, menos dispuesto a utilizar canales multilaterales y a cooperar, y más decidido a conseguir acuerdos uno a uno con quienes considere pertinente.

También implica alianzas totalmente atípicas, como la que se anticipa entre Trump y Putin, en detrimento de la alianza transatlántica que durante décadas sirvió para mantener a Occidente a salvo de la amenaza de Moscú. En lo comercial, se prevé una tendencia proteccionista y, en el extremo, una posible guerra de tarifas, con aquellos que no quieran ceder a la presión que podría ejercer el nuevo gobierno estadounidense. Desde Washington, se hablará mucho menos de libre comercio o, cuando menos, el sistema no se sostendrá desde ahí. El discurso de los valores liberales, sean éstos la democracia o el Estado de derecho, pasará a segundo plano.

Volveremos a un mundo de intereses crudos, caracterizado por esferas de influencia y geopolítica pura y dura. Vamos de un esquema globalista y, en consecuencia, liberal, a uno muy parecido al que describe Tucídides -padre del realismo político- como sigue: "los poderosos hacen lo que pueden, mientras que los débiles sufren lo que deben”.

¿Es probable que ocurra un conflicto a gran escala? Quizá no, pero se ha vuelto una posibilidad, dependiendo de la inflexibilidad que demuestren los jugadores en este nuevo tablero. Los primeros que han hecho esa lectura son los europeos, quienes dudan de que el presidente Trump mantenga el compromiso estadounidense con sus aliados europeos en el marco de la OTAN y, en consecuencia, buscan conseguir su autonomía estratégica cuanto antes.

Moscú sin duda les quita el sueño. Putin ha hecho todo cuanto ha podido para contar con un Estados Unidos que en vez de ser enemigo sea su aliado y parece haberlo logrado. Habrá que ver qué tanto le permite Trump avanzar en su deseo de volver a ser potencia global, pero por ahora se ha anotado triunfos importantes en Ucrania y Siria, y tiene claramente en la mira los países bálticos y los Balcanes. Los miembros más recientes de la Unión Europea pueden ser presa fácil de la neoinfluencia de Moscú, pues ya están ganando sus elecciones candidatos prorrusos.

La transformación en el mercado energético derivada del avance tecnológico que permite el fracking ha devaluado la posición geoestratégica de Medio Oriente. Esto, unido a la rivalidad cada vez más acendrada entre sunitas y chiítas, reflejadas en la animadversión entre Arabia Saudita y un Irán renaciente, adelanta que no cesarán las turbulencias en esa región, con obvios damnificados como la solución de dos Estados para el conflicto Israel-Palestina y la situación de la población civil en conflictos como Siria y Yemen.En Asia, el panorama tampoco es alentador. El fracaso del TPP hace más notorio el creciente poderío de China y más amenazante su presencia para sus vecinos, particularmente Japón y Taiwán, quienes, sin la garantía de seguridad de Estados Unidos tendrán que buscar otros aliados o encontrar la forma de defenderse solos en caso de que Beijing opte por una política militar agresiva. Económicamente, China está en una posición envidiable para seguir impulsando su preponderancia mediante estrategias como one belt, one road y el Asian Infrastructure Investment Bank, y ahora como el más acérrimo defensor de la globalización. ¿Es posible un enfrentamiento armado entre la China de Xi Jinping y el Estados Unidos de Trump? La pregunta está en el aire, pero cabe aclarar que la chispa podría estar en Taiwán.

Pareciera que el 21 de enero empezaremos a vivir en el mundo al revés: un Estados Unidos proteccionista y unilateralista; íntimo de Rusia; alejado de Europa, de Japón, y del Medio Oriente -salvo Israel-, y enfrentado, en forma y en fondo, con China, quien ahora ha decidido volverse el adalid de la globalización. ¿Qué se puede hacer al respecto? Lo urgente: adaptarse cuanto antes al cambio, porque eso es lo único seguro que hay en el panorama.

El enemigo a vencer es un robot y no un inmigrante o el país vecino y, sin embargo, en la era posfactual, la realidad importa poco. Al final, estos votantes quieren derribar "el sistema”.

¿Es posible un enfrentamiento armado entre la China de Xi Jinping y el Estados Unidos de Trump? La pregunta está en el aire, pero cabe aclarar que la chispa podría estar en Taiwán.